| ¿Vamos? ¿A dónde? |


En la pastoral juvenil de grupos asociativos tratamos de proponer el recorrido de un camino que nos ayude a vivir más auténticamente nuestro ser-animador. Recordarnos una vez más nuestro ADN, nuestra identidad. Y esto porque comprendemos que nuestro “hacer”, nuestro servicio, el tiempo entregado en favor de otros, la mi
sión, se entiende solo desde la identidad; un “quién soy”, que en este caso me fue dado, lo recibí, no lo inventó cada uno para sí.

Ser animador -lo creemos- significa haber sido llamado, es decir que, providencialmente, sin saber yo por qué, hoy estoy siendo lo que soy aquí en “esta” comunidad.

En los evangelios, Jesús llama siempre a las personas, en primer lugar a ser discípulo, y en la misma medida ser apóstol (servidor, misionero, educador, animador). Quién es llamado tiene que experimentar o (re)descubrir la alegría del llamado que el mismo Jesús le hace a estar con Él, ser discípulo; y como consecuencia la alegría de la respuesta se vuelve más auténtica, el servicio, su tarea, su misión, el apostolado es más pleno. En cada animador salesiano debe convivir el discípulo y el apóstol. Se trata de animarse cada vez más a acercarse a Jesús, estar con él, y encontrar allí lo que da fuerzas para vivir felizmente la misión que nos manda: hacer cercano Su amor a aquellos que más necesitan de su cariño, atención, mirada, abrazo, alimento, educación, atención, respeto, admiración…

Quién se anima a hacer esta experiencia, comienza a percibir cambios en su vida, y descubre la profundidad de lo que significa vivir una espiritualidad, que en nuestro caso, es juvenil y salesiana.

Ahora bien, en la actualidad notamos que a raíz de tantas y tantas circunstancias que hemos vivido últimamente, y tal vez desde antes, existen algunos animadores que se encuentran desmotivados, reclaman atención, respuestas de parte de otros, se quejan, muestran desagradecimiento. Aquí hay que distinguir algo que es claro en nuestra pedagogía salesiana: el incentivo y la motivación. Cualquier educador (madre, padre, animador, coordinador, asesor, etc) sólo puede incentivar a los demás de acuerdo a aquello a lo que está convencido, precisamente, animando o promoviendo los valores que cree conveniente cultivar en otras personas. Sin embargo, la motivación sólo puede nacer desde el interior de cada individuo, en nuestro caso, la motivación de los animadores no vendrá nunca desde fuera, desde otro -cómo algunos lo esperan-, sino desde el interior y como fruto de un “algo” que se produzca en el corazón que lleve a “moverse”, a ponerse en marcha por estar convencido, y no porque otro se lo diga…

Finalmente, algo nos debe quedar claro: al movernos como comunidad juvenil -lo cual pretendemos-, aquello que da sentido y orientación al caminar juntos es el horizonte hacia dónde vamos, y el horizonte de nuestra identidad Salesiana es Jesús.

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