| Ejercicios del cuerpo. Ejercicios del espíritu |

Existe algo para lo que los jóvenes tenemos todas las posibilidades y capacidades a flor de piel en esta etapa de la vida, en la cual Dios nos permite vivir hoy. Se trata de nuestro crecimiento, el crecimiento de nuestro cuerpo-espíritu, es decir, nuestro modo de ser y estar, nuestra apariencia y nuestra interioridad.

La realidad física y la espiritualidad son dos aspectos de nuestra persona. Somos UNO, enteros, totales, y en esta unidad podemos distinguir dos aspectos, el corporal y el espiritual. El gran desafío para nuestra vida juvenil, tan llena de iniciativas y creatividad, es ir madurando ambos aspectos de nuestra persona armoniosamente, atendiendo el cuerpo sin descuidar el espíritu y cultivando la interioridad sin descuidar la salud del cuerpo.

Hay que evitar comprender esto como un dualismo, pensando que por un lado somos cuerpo, y por otro, somos espíritu. De ese modo, seríamos algo así como “dos en uno”, nuestro cuerpo viviría independientemente del espíritu, y el espíritu no afectaría en nada a la vida del cuerpo. No. Somos UNO y nuestra vida interior afecta a la salud física, así como también la actividad del cuerpo interfiere en nuestra interioridad. Y es por esto que el crecimiento que procuremos en nuestra vida juvenil, es decir, la búsqueda de la madurez humana, debe intentarse de modo equilibrado entre uno y otro aspecto, puesto que de este modo creceremos íntegramente, tal como Dios nos creó, nos ve y nos ama.

¿Y cómo un joven puede crecer íntegramente? Ejercitando su cuerpo y ejercitando su espíritu.

¿Y para qué un joven querrá fortalecer su cuerpo-espíritu ejercitándolo? Para poder amar y servir a Dios y a quienes lo rodean, cumpliendo el fin para el cual fue creado por su Creador, alcanzando así la felicidad verdadera en su vida. Tomar conciencia de tal motivación, sagrada y sublime, nos mueve a sacar de nosotros mismos lo más noble que llevamos dentro.

¿Y cómo podrá un joven ejercitar su cuerpo y su espíritu? ¿A través de qué medios? Es esto lo que vamos a explicar.

EJERCICIOS...

A los ejercicios del cuerpo los llamamos “ejercicios físicos”, a los ejercicios del espíritu los llamamos “ejercicios espirituales”. Ambos consisten, sencillamente, en “ejercitar” de manera intensiva movimientos del cuerpo o del espíritu que realizamos cotidianamente, y al ejercitarse, el espíritu y el cuerpo, se fortalecen y crecen. Un músculo del cuerpo, por ejemplo, “entrado en calor”, ejercitado y estirado posteriormente, se fortalece y crece. Lo mismo sucede con el espíritu.

Tanto los ejercicios del cuerpo como los ejercicios del espíritu nos DISPONEN para la tarea y la misión que Dios nos encomienda. Nos disponen a reconocer a Dios como dador de la vida. Nos disponen a un “estilo de vida” sano y al servicio alegre hacia los demás.

Esta disposición no es a futuro, sino que es una disposición inmediata. Se trata de una habilidad adquirida para la vida cotidiana. Los ejercicios del espíritu nos predispondrán, por ejemplo, a un trato amable a quienes nos rodean; los ejercicios del cuerpo, a caminar o a correr pronto hacia quien pida ayuda. Y como somos una unidad (cuerpo-espíritu), los ejercicios del cuerpo nos harán predisponer a los del espíritu, tal es la expresión al terminar una actividad física intensa: “me siento bien, renovado”. Y los ejercicios espirituales nos motivarán a atender más nuestra salud física, por ejemplo, podrán ayudarnos a ordenar nuestra alimentación.

Clara es la intención de nuestro buen Dios, que desea nuestro bienestar, y esto bajo nuestra propia responsabilidad. Él tiene la iniciativa, y muestra a la inteligencia qué es lo que favorece a nuestro auténtico crecimiento, así como también fortalece la voluntad para emprender tan entusiasmante trabajo. Aprovechemos nuestra juventud, ya que los buenos hábitos adquiridos en ella son difíciles de desarraigar  en la edad adulta.

TRES "S" Y TRES "C"...

Vamos al grano, ¿qué hace falta para ejercitar periódicamente el espíritu y el cuerpo?

Para los ejercicios espirituales es necesario cultivar tres “S”, estas son: el silencio, la soledad y el sacrificio. ¿Tenemos tiempo para esto? Ordinariamente, hacemos silencio, o permanecemos o experimentamos la soledad, así como también realizamos ciertos sacrificios en beneficio de nuestra interioridad. Los ejercicios espirituales son un tiempo que dedicamos a ejercitar intensamente la soledad, el silencio y el sacrificio; y este ejercicio intenso tiene muchos beneficios para el espíritu, para nuestro estado anímico. Este ejercicio del espíritu posibilita el encuentro con uno mismo y con Dios; da la oportunidad de conocer, y el conocer, la posibilidad de elegir amar a Dios y amarme a mí mismo como Él me ama. El sacrificio, por su parte, es dejar a un lado, por un momento, las preocupaciones ordinarias. El silencio y la soledad son la experiencia del desierto, en el cual se callan las voces de afuera y escuchamos con mayor claridad la voz interior de nuestra conciencia por la cual Dios se comunica con nosotros.

El ejercicio que realiza nuestro espíritu con el silencio, la soledad y el sacrificio no es fácil, tales tareas exigen que no nos dejemos vencer por el desánimo. Intentémoslo. Siendo jóvenes, la iniciativa, el coraje y la creatividad no nos faltan.

Por su parte, en los ejercicios físicos, no sucede tan distinto. En ellos son necesarias tres “C”: el conocimiento, la concentración y la constancia. El ejercicio físico exige el conocimiento de mi corporeidad, conocer mis habilidades, para realizar actividades en las cuales me sienta más a gusto. La concentración requiere que en los ejercicios físicos estemos “todo entero” en la actividad, es decir, tomar conciencia de lo que estamos haciendo para así disfrutar de la actividad y no se vuelva algo desagradable. Por último, la constancia es la que permite que la actividad física genere cambios. De nada sirve iniciar ejercicios físicos un día, continuar una vez más, y abandonar al fin. La periodicidad y la perseverancia permitirán cada vez más la disposición del cuerpo.

VELOCIDAD, FUERZA Y TÉCNICA...

Existen, también, tres cosas que los ejercicios espirituales y los físicos permiten ganar. Una de ellas es la VELOCIDAD; con el paso del tiempo, el joven que se ejercita adquiere mayor agilidad y rapidez, tanto de cuerpo como de espíritu. Se vuelve pronto a tomar buenas decisiones y ver su entorno y lo que sucede con optimismo, esto es, lo mejor de cada cosa. También se muestra disponible al servicio y lejano a la pereza y a la “pachorra”, es capaz de realizar con prontitud lo que le corresponde o se le encomienda, puesto que de a poco se domina a sí mismo y se dispone a hacer el bien a los demás.

Otra ganancia de los ejercicios es la FUERZA. En el cuerpo, esto se ve claramente en los músculos que crecen, en el alma, en la buena voluntad, la iniciativa y el impulso en los emprendimientos.

Por último, quien realiza ejercicios espirituales y físicos, adquiere TÉCNICA, y lo hace a través de la propia experiencia y dejándose aconsejar. La técnica se traduce también en los buenos hábitos de relación, de alimentación, de higiene, de oración, de trabajo, etc. Por medio de los ejercicios, el joven llega a saber y a gustar de aquello que le hace bien, y es capaz de elegirlo.

"RESILIENCIA"...

Dijimos anteriormente que los ejercicios del cuerpo y del espíritu procuran un cambio en la vida cotidiana. Ahora bien, es cierto que la actividad intensa del espíritu y del cuerpo genera en el joven cierta “resiliencia” a largo plazo, esto es, la capacidad de adaptarse y superar realidades adversas. Pensemos, por ejemplo, en situaciones límite, imaginemos que por cierta circunstancia tengo tan solo diez minutos para llegar a un evento súper importante, no tengo medios de transporte y estoy a diez cuadras del lugar, ¿qué posibilidades tiene un joven que habitualmente ejercita su cuerpo, y cuáles quien se despreocupa del suyo? Este es un ejemplo superficial, tonto quizá, pero imaginemos alguna situación trágica o en la cual esté en peligro mi vida o la de un ser querido.

Traigamos a la mente, ahora, una situación de angustia o de dolor, por ejemplo, la muerte de un ser muy querido. Ante tal acontecimiento, ¿qué posibilidades tiene un joven que habitualmente ejercita su espíritu y qué posibilidades aquel que se despreocupó de trabajar su interioridad? Las posibilidades son muy variadas, sin embargo, es cierto que aquel que ha ejercitado su espíritu encontrará con mayor facilidad herramientas o medios que disponen el espíritu a soportar o sobrellevar situaciones de dolor.

No se trata de pensar en que un joven que descuida su corporeidad o su interioridad, es un joven desintegrado, o que vivirá su juventud tristemente. Se trata de poner en evidencia que somos una unidad y que en esta etapa de la vida tenemos la amplia oportunidad de crecer íntegros y llegar a la adultez de ese modo. Cuántos jóvenes conocemos que al observar su “estilo de vida” notamos su integridad. Generalmente, estos son chicos y chicas que viven alegres, son amables, aceptan sus límites y equivocaciones y vuelven a intentarlo. Son chicos y chicas que no le huyen al servicio y gustan de aquello que hacen.

QUÉ HAGO, ENTONCES?

Hay jóvenes que, como ya dijimos, ejercitan habitualmente y muy bien su cuerpo-espíritu (vos quizá seas uno de ellos). Y lo hacen a través de un deporte que les apasiona, entrenando o jugando en algún club, o juntándose habitualmente con sus amigos. Otros fueron adquiriendo el hábito de ir al gimnasio, o de salir a caminar, a trotar, a pasear en bicicleta…

También no son pocos los chicos y chicas que se reúnen en algún grupo juvenil en el cual, además de realizar actividades de servicio, oran juntos, hablan de Dios, realizan retiros, aprenden sobre espiritualidad. Otros han ido ganando el hábito de tomarse un momento en la mañana, en la noche, o en cualquier hora del día para hablar con Dios, pensar en su vida cotidiana y sus proyectos. También, a través de lecturas espirituales, canciones, videos que ejercitan la interioridad.

¡Cuántas posibilidades de ejercitar el cuerpo y el espíritu! Una gran oportunidad tenemos hoy de comenzar, si no lo hemos hecho ya, teniendo en cuenta que para adquirir ciertos hábitos se requiere de tiempo. Al principio, realizar conscientemente y de manera habitual ejercicios físicos o espirituales es exigente. Pero luego, se va adquiriendo el hábito y se vuelve fácil, agradable, y lo valoramos aun más puesto que nos hace mucho bien.

Este es un gran desafío para nuestra juventud, y lo fabuloso, es que todos los jóvenes tenemos las posibilidades y capacidades para poder enfrentarlo. Intentándolo, ya estamos ganando.

ANIMARSE...

Qué bueno saber que esta etapa de la vida nos presenta miles de posibilidades, y entre ellas, la de ser “yo” quien elija cómo crecer. Ojalá hagamos la hermosa experiencia de animarnos a madurar íntegramente, sin sobre preocuparnos tan solo de algún aspecto de nuestra persona, y que en la misma medida que nos ocupemos del cuerpo, nos ocupemos también del espíritu.

La juventud se caracteriza por su dinamismo y su energía, es una etapa de muchos cambios y de grandes decisiones. ¡No nos quedemos quietos! ¡Movámonos, ejercitemos nuestro cuerpo y nuestro espíritu! Aquello que está quieto, es aquello que ¡está muerto!, y nosotros no estamos muertos, “nuestra vida vive”, mientras más movimiento de cuerpo-espíritu haya, más vida habrá. Animémonos, intentémoslo, hagamos la prueba… ¡Vamos que se puede!

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