| Joven: vida que busca ser acompañada |
Al
hablar acerca del acompañamiento en el proceso de crecimiento de las personas, nos
encontramos ante quienes se presentan frente a sí mismas como vidas complejas,
inabarcables, misteriosas, vidas que tienen valor por sí mismas y que merecen
un profundo respeto, puesto que son creaturas queridas y amadas por Dios. Así San
Juan Bosco lo expresa: “el hombre es
la más perfecta de las criaturas
visibles ya que lleva en sí una chispa divina; es un reflejo de Dios, una
imagen de Él en carne y hueso, un hijo suyo, por lo tanto, rodeado por su amor
y su ternura; toda persona es digna del mayor cuidado y del más delicado
respeto”.
Además
de la veneración a su existencia, como punto de partida, es conveniente afirmar
que en sí, la persona es una unidad diversa, y tiene varios aspectos desde los
cuales puede ser considerada. En este breve ensayo se hará referencia a la dimensión
espiritual del joven y se hablará desde dicha perspectiva.
Ante
el joven que busca ser acompañado espiritualmente, y manifiesta su gran deseo
de las “cosas del Espíritu”, lo mejor que podemos ofrecer de nuestra parte,
como educadores-pastores, es aquello que pueda satisfacer tal necesidad. Quien
busca ser acompañado quiere, en primer lugar, ser escuchado y “poner sobre la
mesa” sus más grandes dudas e inquietudes interiores. Podemos decir que, en
definitiva, lo que busca son respuestas que por sí sólo no puede hallar “a primera
mano”. En estas situaciones, los jóvenes confían la vida, un precioso tesoro para custodiar con sumo
cuidado, un bien para defender, proteger y promover.
Dios, que cuida con infinita
sabiduría de todas sus creaturas, quiere cuidar de los jóvenes a través de las
mediaciones humanas. Cada acompañante es un signo de su amor; nuestra humanidad
es necesaria para revelarse. Él, que no necesita nada para existir, nos confía involucrarnos
en el proceso de crecimiento de los jóvenes.
Nos encontramos a veces
con jóvenes que reclaman ordenar sus propias vidas, sienten dentro de sí la
incomodidad que causa la etapa que transitan, el profundo deseo de conocerse a
sí mismos, la necesidad de encontrar un rumbo seguro, corresponder con una
vocación que los realice y ser fieles a lo que creen por la fe.
Actualmente,
el acompañamiento espiritual de jóvenes va adquiriendo en muchos ámbitos, especialmente
en los grupos juveniles, una gran importancia. El proceso de maduración de los
jóvenes, las características de la cultura presente y el deseo por parte de
ellos de iniciar o sostener la vida cristiana así lo requieren.
Fernando Peraza Leal
afirma que “el acompañamiento es clave para la personalización de la fe y la
unificación de los múltiples aspectos de la vida humana y cristiana. Sin
acompañamiento personal, el camino de maduración en la fe, la progresiva
integración en la Iglesia y el discernimiento vocacional pueden quedar a medio
camino”.
Dios es quien obra a
través de estas mediaciones humanas; todo en la vida del Espíritu es novedad
para los jóvenes, y en ella hay siempre que “ser aprendiz” y dejarse acompañar.
Escuchar, aprender, obedecer, son las actitudes de aquel joven que desea
emprender o sostener un camino de vida cristiana en serio.
El medio cultural en el
que vivimos invade a los jóvenes con innumerables propuestas que en ocasiones los
desorientan, causan dudas, confunden, cansan, y provocan desaliento. El acompañamiento en la
experiencia de Dios -para que ésta sea un verdadero proyecto que dé sentido
unitario y progresivo a la vida- es irreemplazable. Pide compartir y ayudar a
discernir y a dar organicidad y ritmo, a la vida espiritual.
Un
principio de la pedagogía de este santo es la relación personal. Cuando se piensa
en Don Bosco, se lo imagina en medio de los jóvenes: su vida es una vida llena
de jóvenes, supo hablar su mismo lenguaje, estar con ellos, dedicarse de lleno
al bien de ellos.
Don
Bosco considera al joven como centro de un infinito amor y, por lo tanto, como
potencial de recursos y de posibilidades. Cuando éstos son convenientemente
cultivados y desarrollados, el mismo joven puede llegar fácilmente a la madurez
humana y espiritual. Pero es necesario comenzar bien y a tiempo, poniendo las
condiciones adecuadas, y en esta tarea es imprescindible la presencia de un
“otro” que acompañe el crecimiento. Para realizar este “despertar humano”, el
acompañamiento no debe reprimir, sofocar, inhibir a los jóvenes, más bien
ayudarlos a crecer en libertad y responsabilidad en la vida ordinaria.
Para Don Bosco, la Confesión y el
acompañamiento eran concretamente el camino por el cual debía conducir a la
perfección a sus hijos. En la actualidad, sea cual fuere la modalidad en la que
se dé la “dirección” espiritual, hay que tener en cuenta que “la Confesión” y
el “acompañamiento”, son dos aspectos complementarios, ambos imprescindibles en
la vida espiritual cristiana.
Según Peraza, la autonomía de este “acompañamiento
sistemático”, pide una organización práctica que tiene como momento
imprescindible de referencia, periódicamente, el encuentro, o llamado también “coloquio
interpersonal”. Según el autor, cada coloquio espiritual va señalando la
dirección y el ritmo del camino que se emprendió, del proyecto de vida que el
joven quiere llevar a cabo. Esto quiere decir que es
el momento clave en el que acompañado y acompañante se conocen mejor y van entablando
una relación estable. En esta relación, hablan, clarifican las aspiraciones que
el joven que busca ser acompañado tiene en ese momento, referente a su vida
espiritual, sus concretas situaciones existenciales (estudiante, profesional,
empleado, miembro de un grupo juvenil, etc.), las razones que tiene para pedir
la ayuda de este acompañante (confianza, amistad, información o consejo de
otras personas, etc.), así mismo, acerca de las posibilidades y disposiciones
que el futuro acompañante tiene para prestarle ese servicio.
La calidad y eficacia del
“encuentro” dependerá del estilo y contenido de las relaciones; del “espíritu
de fe” que lo inspire y acompañe. Y es aquí donde el santo de los jóvenes
favorece la perspectiva con las categorías fundamentales de su Sistema Preventivo
(o “espíritu salesiano” como las identificaba él mismo al final de su vida),
las cuales son imprescindibles en el encuentro interpersonal joven-acompañante:
-el recibimiento
y aceptación incondicional;
-la escucha paciente y personalizada;
-la racionalidad tanto en las
actitudes, los comportamientos y en las relaciones recíprocas; como en el
discernimiento, las motivaciones y las decisiones que, de parte tanto del
acompañante como del joven dirigido, se asuman;
-la bondad que hace amable al
acompañante y da la satisfacción de sentirse amado, al “acompañado”;
-la “empatía” que lleva a un mutuo
conocimiento y un aprecio recíproco;
-la confianza que facilita la
expresión de la verdad y la manifestación de los estados de ánimo, y puede
llevar a las “confidencias sinceras y profundas” y la aceptación de la propia
realidad por parte del joven acompañado; al mejor estudio y determinación de
conclusiones y compromisos prácticos.
A su vez, por parte del educador-pastor
que asuma el acompañamiento espiritual del joven, se deben manifestar actitudes
y comportamientos necesarios y constructivos:
-la “disponibilidad activa” para la expresión
de los problemas y temores, de los estados de conciencia, de las aptitudes y
tendencias positivas, de los propios ideales y de las inspiraciones de Dios que
percibe o cree posibles;
-la libertad necesaria para
responsabilizarse del propio protagonismo, y en particular de las
determinaciones y conductas;
-el ejercicio de la inteligencia emocional
para entender y aceptar el mundo de los sentimientos profundos, a través de los
cuales pasa el discernimiento espiritual, que es la constante que orienta hacia
la autenticidad de la inspiración divina y de la voluntad de Dios en todo el
proceso de crecimiento espiritual;
-la búsqueda y formulación de compromisos
oportunos, posibles y evaluables.
En conclusión, se debe
admitir que el encuentro o coloquio interpersonal, es un momento clave y
decisivo del acompañamiento espiritual de los jóvenes. Marca los ritmos del
camino de crecimiento en la vida humana y cristiana, los pasos de su
itinerario. Es el momento clave de referencia para la programación y la
revisión, en una palabra, para la sistematización del trabajo espiritual. Exige
una cierta periodicidad en la frecuencia y continuidad con la cual se vaya
teniendo, de suerte que pueda acompañar al joven en su proceso de crecimiento.
El acompañamiento
espiritual, que engendra la vida divina y estimula su crecimiento, es parte de la
misión de aquellos que desean educar en la fe a los jóvenes. Así, uno de los
más grandes gozos espirituales del acompañante es la “alegría” del anuncio del
Evangelio, que es Jesús mismo, vivo y actuante en el corazón del joven de fe.

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